
Os digo una cosa. Esa sonrisa vale millones. Ese 'hi tato' derrite por su sencillez, por su dulzura, por su sinceridad. Reconozco que jamás había sentido nada parecido. No tengo hijos (de momento), pero estoy aprendiendo poco a poco lo que puede suponer tenerlos. A día de hoy tengo dos sobrinos, una de dos años casi y otro (mas de mi sangre si cabe) de casi ocho meses.
Por ambos siento lo que cualquiera puede sentir por sus seres queridos. Son especiales las miradas, los momentos que pasas con ellos (menos de los que me gustaría por diferentes razones), pero una sola sonrisa, en un momento de debilidad, es más que suficiente recompensa para justificar la vida indisoluble, cruel, incómoda y hasta odiosa que todos llevamos.
Ese espanglish en pleno aprendizaje, esa picardía de querer comer a todas horas chocolate, o esa mirada de bondad y esos ojos transparentes son capaces de reblandecer cualquier coraza, por dura que ésta sea.
Debo reconocer que tengo sentimientos encontrados. No sé si estoy preparado (¿acaso alguien lo estuvo alguna vez?), para ser padre. Pero tengo ganas de sentir ese abrazo inesperado, ese nombre pronunciado por primera vez, tengo ganas de sentirme protector en lugar de protegido, de convertirme en ejemplo a seguir, de educar, de amar como si la vida me fuese en ello.
El sentimiento de traer al mundo una vida debe ser maravilloso, debe recompensar todas las miserias de la existencia. Algún día lo comprobaré. Hasta que llegue ese momento disfrutaré en mi papel de tato, tito o como quieran llamarme. Ella y él se lo merecen todo. Ella y él ya me tienen a mí. Entregado. Como si fueran hijos míos. Mar y Dani. Un beso de vuestro tío.
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