viernes, 23 de enero de 2009

EL PERRITO DEL SALÓN


El perrito del salón me mira. No sale de su asombro. ¿Cómo has podido ponerme ese nombre?, me increpa. ¿Y cómo quieres que le diga que no?. Con esos ojos verde mar profundo.
Hubiera sido mejor que me quedara en mi desván, me dice el perro de las patas cuadradas.

Déjame que te explique, le digo.
Pero no puedo convencerlo si yo pienso también que el nombre es horrible. Aunque poco a poco me va gustando.
Pero él se niega. Yo desisto. Me mira con los ojos tristes y el hozico revuelto. Tiene la mirada dulce. Como su dueña. Pero está triste porque hace muchos días que no la ve.

El perrito del salón me mira con los ojos negros. Apenas ladra. Ni se mueve. Se ha vuelto arisco pero en el fondo me quiere.

El perrito del salón te extraña. Se revuelve en su cama si sabe que hoy no vendrás a verlo. El perrito del salón mueve su pequeño rabito. De forma compulsiva, es como si supiera que estás a punto de llegar, como si tus pasos se acercaran lentamente mientras él va hacia la puerta olisqueando tu rastro.

El perrito del salón está inmóvil. Si no la hubieras dejado escapar todo sería más fácil, me insiste.
Yo creo que aún no se ha ido del todo, le respondo de inmediato.

A fin de cuentas el perrito del salón también te añora. Casi tanto como yo.
Él recuerda cómo lo estrechaste contra tu pecho, cómo lo acariciabas con tus manos.

El perrito del salón es querible. Casi tanto como tú.

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