jueves, 19 de marzo de 2009

A DESHORA

A deshora, cuando la ciudad duerme, los esqueletos fluyen, salen, divagan, se sientan en casapuertas, fuman, piden dinero por su cuerpo, se drogan, huyen, discuten, lloran. En medio de la noche. Con la madrugada a cuestas, las calles se vuelven su escenario. Giran las cabezas a los pasos del transeunte despistado, vuelven la mirada a los huéspedes de aquel lujoso hotel ajeno a su desgracia.
En medio de la noche, a deshora, cuando las calles están manchadas de soledad, los esqueletos se quedan inertes, roban, pelean, caen en la desesperanza, piden dinero a cambio de sexo, mueren un poco.En cada esquina melenas al viento, huesos rotos, perfume barato. En cada madrugada 20euros para una papelina de felicidad, sonrisas fingidas, chulos que amenazan, bandazos de una vida y ratitos de sueño en los portales.

A deshora, cuando la ciudad duerme, los esqueletos navegan entre la vida y la muerte, se acercan al primer coche que para y piden un último cigarrillo a su conductor. Cada madrugada su drama se difumina entre los datos del desempleo, las toneladas de droga incautadas o las redadas contra la mafia que explotan mujeres.
Ellos son reales. Están ahí cada noche, cuando la ciudad duerme y la bruma o el viento suave de la bajamar les abre las ventanas a la vida real, los desvela, les ofrece un consuelo imaginario y les recuerda que son vulnerables al paso del tiempo.

Cada madrugada los esqueletos divagan, apresan, sonríen, lloran, contagian. Es una carrera de rodillas en el suelo y miradas perdidas, de sexo al contado, de jeringuillas usadas, de colillas a medio apagar, de luces que se encienden y de sirenas de ambulancias, de vidas frustradas, de ansiedad.

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