Molestan en la calle. Molestan en los telediarios. Molestan a la sociedad, acostumbrada a esconder bajo el felpudo las pelusas de su conciencia.
La Boquería está en guerra. Ese mercado con encanto, donde es posible encontrar casi cualquier manjar que usted y yo podamos imaginar, se ha hartado.
Los telediarios, los periódicos y los curiosos se agolpan. Quieren ver sangre, bueno, ésta vez mejor sémen y condones, es lo que vende y es lo que se compra.
A nadie le preocupa la raíz del problema. A nadie le preocupa si las chicas, de color o diáfanas, se ocupan de sus menesteres donde nadie pueda verlas, si las chicas extraen fluidos a extranjeros borrachos o jóvenes sin experiencia explotadas por mafias, engañadas, sometidas por chulos para sobrevivir.
Lo único que parece importar a esta España rancia es que lo hagan cerca de la mirada de un niño presuntamente indefenso, que sin embargo lleva jugando seis horas seguidas a solas en su habitación, presenciado una discusión de sus padres faltándose al respeto, matando el tiempo con los porros tras haber liquidado las últimas existencias de alcohol del garito de turno.
Molestan en las calles. Molestan en los telediarios. Molestan a la sociedad que las contrata, a la sociedad que las esconde pero que un buen días las encumbra vestidas de Dolce y Gabana, con olor a Chanel número 5, en el top de las tops, con el rostro de la belénesteban de turno, listas para seducir a cambio de dinero, que las pone de ejemplo de superación, de éxito, de glamour.
La Boquería es como la vida misma, como esa vida cruel y dura que se abre paso y se cierra de piernas cuando los clientes pagan y se van.
Ellas solo se ganan la vida.
Ellas sólo son parte de este ventilador de porquería en que hemos convertido la pequeña pantalla.
Ellas molestan a los ciudadanos de bien porque recuerdan la miseria en que viven los de aquí y las penurias que arrastran los de allá, porque dejan entrever las diferencias entre las prostitutas de lujo y las putas callejeras.
No están bien vistas. Es mejor que se escondan. Donde no podamos ver lo mal que huelen, donde no veamos que existen.
Esa la hipocresía de La Boquería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario