Un momento después de haber quedado rendida tras uno de estos combates, mi compañera me tomó la cabeza con ambas manos y me la puso entre sus muslos.
Adiviné su deseo y, con ganas de complacerla, comencé a mordisquear suavemente las partes más excitables.
La obra no logró mi deseo; sin duda me mostré poco hábil.
Quiso entonces mi maestra darme una nueva lección de liviandad, y desprendiéndose sin violencia, resbaló bajo mi cuerpo hasta quedar convenientemente colocada. Me separó suavemente las piernas y me acarició con la lengua.
El texto es de la obra Gamiani, de Alfred de Musset.
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