El alemán era alemán, y además comía caca.
Eva me lo explica con la sencillez aplastante de quien lo ha vivido mientras sonríe recordándolo.
Fue en un viaje de tres días que hizo con él por Mallorca (¿qué casualidad, verdad?), una noche de borrachera.
Pero no caben excusas.
Él le propuso su deseo sin inmutarse, sin vacilar. Quería que ella comiera como una vaca, que luego depusiera lo comido y se lo diera a probar en uno de los platos de una vajilla carísima que tenía el hotel donde se hospedaban.
Según me cuenta Eva ella se negó. -Tal vez debí hacerlo-, bromea mientras me lo cuenta.
Lo mismo al alemán ya la había probado..., lo mismo le había pedido lo mismo a otras de sus acompañantes que habían accedido a hacerlo, lo mismo le gusta su sabor...
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