martes, 27 de abril de 2010

SEIS AÑOS DE PANTALONES DE CAMPANA

Ahora mismo no recuerdo la hora. Seguramente eran las siete, o siete y media de la tarde. Quizás más.
Llegué pronto, como de costumbre; nervioso, maqueado para la ocasión, oliendo suave y vistiendo unos pantalones de campana que yo pensaba que me quedaban estupendos.

A los veinte minutos de haber aparcado el coche frente a la plaza de toros, llegaste.
Lo primero que me llamó la atención fueron tus libros. ¡Hacía tanto que yo no llevaba libros en la mano por la tarde!....

Enseguida comprobé que eras tal y como te había imagino, como te había soñado mientras te llamaba preguntándote si me reconocías de forma imbécil.

En casi cuatro años no había olvidado tus andares, tu silueta, tu rubio platino forzado, tu trasero.


Desde que nos besamos hasta que me acosté en la cama satisfecho de haber recuperado la ilusión recuerdo millones de detalles. Hablamos, hablamos y hablamos sin parar. Comimos mal, recorrimos las calles del centro de El Puerto con desidia, ilusión y curiosidad a partes iguales. Debo reconocer que ese día me volví a enamorar. A tí te costó varias sesiones más, pero también lo hiciste.


Cuando hemos hablado de aquel día muchos meses después de que pasara, siempre me ha gustado contar la anécdota de los pantalones de campana. ¡Qué petera te dió! con mi modelito, pasado de moda y que todo el mundo odiaba, pero que yo conservaba como si fuese mi pasaporte a una nueva vida...

Ahora, seis años después de aquella tarde, no me arrepiento de haberme vestido con esos pantalones de campana, ni de haberte llamado desde la redacción del periódico donde trabajaba un sábado a deshora, ni de haberte invitado a comer comida basura, ni de haber escuchado de tu boca cientos de frases sin sentido, ni de haberte interrumpico con otras tantas, ni de haberte ido a buscar cada tarde durante meses, ni de escribirte estas líneas.

Seis años. Aunque para mi la historia comenzó mucho antes y tú ya sabes porqué.

La primera vez que te vi andar hacia la clase que compartimos de manera efímera por los pasillos del Drago me dije; ¡es para mi!

Pasaron meses y más meses, hasta que el destino quiso que una noche loca, mientras me emborrachaba, vinieses a rescatarme.

Hoy, seis años después de aquella tarde, cada mañana me levanto a tu lado, casi siempre un poquito después de ti, y les doy las gracias a aquellos pantalones de campana que, aunque tú no te lo creas, me ayudaron a conquistarte.

Felicidades cariño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

QUE GRANDE JESUS
ANDRES