No me llamo Vázquez, sí Jesús.
Mi tableta (¿tengo tableta?), nunca será como la de él.
Ni mis rizos.
Ni mi sonrisa. Ni mis dientes blanqueados.
Ni mi trasero moldeado.
Ni mi cuenta corriente.
Pero me da lo mismo.
Yo soy felíz con mis 30 minutos (ya he llegado a 30) de carrera contínua, con The Rhythm of the Night en los cascos a todo volumen, soltando adrenalina tras una larga jornada laboral, pensando en cunas-cama, en coches sin motor, en partos.
No me llamo Vázquez, no, no soy Jesús Vázquez.
Nunca saldré en Interviu (qué lástima), tampoco presentaré ningún programa de la televisión, no saldré (espero) de ningún armario, ni luciré palmito en Ibiza.
Pero me da lo mismo.
Mis 30 minutos de saltos pausados hacia delante, los diez de estiramientos, el MP3 en mis oídos, this is the rhythm of the night un poco más alto para paliar el levante, el sol cayendo con la ermita o el faro al fondo, los arcos del puente azul reflejados en el agua, el sudor de mi frente y el sandwich de salmón con roquefort que me he espera tras el esfuerzo.
No. No soy Jesús Vázquez.
Ni quiero serlo.
Yo no cambio los platós por el sonido de mis pasos en la arena y los chinos del recinto ferial repleto de amantes que esperan la madrugadda.
Yo no cambio los atardeceres de Ibiza, Mallorca, de Madrid o Marbella por la esquina de los skaters, junto a la depuradora de nuestra infancia en El Torno.
No. No soy Jesús Vázquez.
Yo no tengo tableta. La tableta es cosa de bingueros.
Y yo, en el fondo, no soy más que otro miserable platero deseando que llegue el invierno...
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