martes, 30 de septiembre de 2008

EL TEATRO DE LA POLÍTICA

Cansado de que un amigo (a ver si jugamos mas al padel y criticamos menos), me martirice con el hecho de que soy un pesimista (que le voy a hacer), he decidido convertir este blog que nació con el difícil reto de servirme de desahogo, en una pagina llena de buenas nuevas. Bueno. Al menos eso intentaré. Serán expresiones de humor, de sollozo, de simpatía, de remordimientos, de experiencias y de vida, sobre todo de vida.

Para empezar decir que en los últimos días volvemos a la desazón, al desasosiego, pero que pronto se recupera la calma. La vida es una montaña rusa, y siempre lo será. La política es algo similar a un cuento de máscaras, donde el actor principal se vuelve secundario a las primeras de cambio si la historia no pinta bien.
Y Chiclana vive ahora mismo en una situación similar a la de una obra de teatro, que empezó con sonrisas y que posiblemente acabe en llanto. Quienes actuaban en primera línea están ahora detrás del telón, negociando no se sabe bien qué e intentando recuperar un estatus que parecía eterno.
Mientras, quienes no esperaban jamás ser protagonistas de esta historia se han convertido de golpe y porrazo en estrellas fulgurantes del celuloide político local. Butrón y compañía son ahora mismo estrellas del pop con miles de copias vendidas pero en entredicho por su calidad musical. No sirve con vender humo, no basta con presentar proyectos y tener buena voluntad (que en algunos casos es hasta dudosa).
Hay que saber hacer las cosas, saber negociar, saber vender y comprar en el momento adecuado las voluntades de los ajenos y los propios, hay que saber comer sin mancharse la ropa.
En la política, como en la vida misma, hay buenos y malos, pero todos por regla general se estropean con el tiempo. Lo peor es que parece que no hay aire fresco, que las ventanas de los partidos no se abren desde hace tiempo y que si lo hacen es para dejar penetrar el hedor a putrefacción de quienes hace años que murieron.
Por el bien de Chiclana será mejor que la función que hoy se representa acabe pronto. De lo contrario, el público, ese que siempre sufre, llora o ríe en función del final de la trama, acabará cabreándose, y silbando.

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