
Yo soy voayer. Lo confieso. Me gusta mirar, me gusta espiar, pero no sólo en el sentido erótico de la palabra. Las ventanas del colegio eran grandes y transparentes. Quizá por eso, o quizá por que el horizonte nunca nos miente, me aficioné desde pequeño a mirar por la ventana y escapar así de mí mismo.
El viento sopla ahora mismo con fuerza. No demasiada. El sol va cayendo y Medina se asoma a mi ventana con el mismo ansia que lo hacía antes Santa Ana. Quizá he aprendido, con el paso del tiempo, que mirar no es lo mismo que ver, ni gramatical y emocionalmente.
Hay quien nunca aprenderá a mirar en su vida. Yo ya lo he hecho. Miro sin dilación, sin complejos, sin emociones enfrentadas, sin sentimiento de culpa. Sólo miro, casi nunca actúo. Pero con mirar basta, la mayoría de las veces, para comprobar cómo el pasado es más fuerte que el futuro, que siempre que pensamos en volar podriamos hacerlo si no fuera por el miedo enorme que nos da caer al vacío.
Probadlo. Mirad sin miedo, sin remordimientos, mirad a vuestro alrededor en lugar de caminar con la cabeza gacha. Mirar es saludable, incluso excitante, la mayor parte de las veces recomendable porque te hace ver que los demás son como tú, exactamente como tú.
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