jueves, 1 de enero de 2009

SÍ, SÍ, MADRID

Sí, sí, Madrid, repetía El Barrio una y otra vez en su estribillo mientras recordábamos el último recorte de prensa. La neblina de la noche se había acumulado en el interior del coche y ni siquiera el aire caliente de las turbinas de un avión hubiera podido disolver antes de cinco minutos aquella espesa capa de amor concentrada con cariño y aderezada con pasión, comprensión y complicidad.

No es fácil obtener respuestas a preguntas que ni siquiera deberíamos hacernos. Pero basta con una mirada, con una sonrisa, con unas palabras pronunciadas con el efecto de la ternura para ablandar los corazones de todos aquellos solitarios que nunca renunciaron a su minuto de gloria frente al televisor.

Como en un cuento de hadas las estrellas se contaban por miles. El príncipe azul llamaba por teléfono y la vieja abuelita del cuento seguía entonando su particular mea culpa con la misma acritud de siempre, con la misma arrogancia, con la misma sensación de pérdida anticipada que tuve yo en su día.

Quizás hubiese sido mejor allanar el camino al destino, facilitar el desenlace anticipado de la novela de bolsillo que se lee en cinco días, y abrir las ventanillas del coche de par en par para dejar escapar la premura, los besos a destiempo, las caricias sin manos y las miradas destinadas a grabar en el disco duro de nuestra memoria aquellos rostros.

El Barrio sabe lo que dice. Repite una y otra vez, hasta casi la saciedad, aquello de sí, sí Madrid. Madrid era el objetivo, odiado y amado objetivo. Y lo sigue siendo.
Apenas quedan tres días, y el infinito parece más corto que esta espera. Sobre todo cuando el único medio es la desesperanza, el sinsabor de imaginar otros brazos abrazando la desdicha, o la ternura.

El cielo ha comenzado a llorar, de nuevo, hace apenas un rato y yo he vuelto a reeler ese mensaje. ¿Sabes?, Creo que no llueve por casualidad. ¿Es precioso verdad? Yo también lo pienso. Creo que Ilaria sigue en mi memoria, que ya nunca jamás podrá marcharse de ella, y que tal vez la única manera de estar con ella sea tarareando esa canción, mientras los minutos pasan tan lentamente que agrietan el alma... sí, sí Madrid... sin remordimientos, como un deseo infantil buscando una pensión para comernos a besos... como diría El Barrio.


Oidla.

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