miércoles, 7 de enero de 2009

TAVIRA


La noche aprieta. Las calles de Tavira, mojadas por la fina lluvia, están desiertas. Caminamos juntos, de la mano a ratos. La heladería abierta nos salva de la inanición. Un café con leche y una luz. La mezcla de acentos se acentúa. No tenemos la más mínima idea de lo que dice el muchacho que pasa por nuestro lado, y el puente del fondo, con las luces de Tavira y el olor a pescado de compañía, hace salir de nosotros la sensación de pérdida con la que llegamos.

Es una ciudad pequeña, acogedora, formal incluso. Los carteles, las ambulancias, los adoquines de las calles y hasta las gasolineras nos saludan al llegar. Son diferentes. Casi como salidas de un cuento. Diminutas. Tavira es manejable, recorrible, querible, como si fuese una persona.

Entre las nubes y la brisa marina aparecen los rastros de la catedral, venida a menos quizá. Tavira es una población etérea, dicen que tiene cientos de iglesias y pequeñas capillas. Yo sólo veo escalones, miradas distraidas, escaparates. Como quien no quiere la cosa una zona de bares nos saluda. La noche se cierra sobre nosotros y la luminiscencia del puente nos guía hasta el confín del mundo, entre cartas de restaurantes en inglés y portugués, alejados del ruido, de la sonoridad de España, entre el bien y el mal.

Apenas a unos cientos de metros las mesas del último local nos persiguen. Decidimos huir, buscar un sitio recóndito, apartado, romántico. Una cerveza, una cola light y otra cerveza. El mundo se detiene. Ya no suena el teléfono. Lleva días sin hacerlo, casi ni siquiera lo enciendo. Soy libre. Por fin. Al menos hasta mañana.
Y el mundo no gira. Es como si las luces y la oscuridad se hubieran puesto de acuerdo para boicotearnos. Nos da igual. Esta noche, sólos tú y yo. Y el río Gilâo. Al fondo. Como en la foto. Como siempre y como nunca. Como la primera vez y como la última. Como en nuestros mejores sueños.

Tavira deja de respirar.El asfalto contiene su respiración y transpira tristeza, melancolía. De lejos se oyen los acordes de un fado en el bar de la esquina, con carteles en inglés y precios españoles. La camarera se asoma. No hay mucho ambiente. Es extraño. Es como si la ciudad se hubiera detenido a nuestro paso, como si este fin de semana todos se hubieran puesto de acuerdo en dejarnos franca la ciudad, libre el paso, expedito el camino hacia la perdición.

Han vuelto a llamar. La habitación no respira. Contiene el aliento hasta que decidamos qué hacer. Es como si el cielo hubiese llegado a destiempo, como si la respuesta a nuestras plegarias hubieran venido de golpe. La escola y el museo vuelven a nuestra retina como aquella primera vez. Las redes y los atunes, la piscina y el sol. Y la playa. Como si nuestro dios particular hubiera alojado en sus dominios al mismísimo diablo. Como si el diseño del paraíso para nosotros hubiese sido su intención.

Tavira se despide de nosotros. Atrás dejamos la monotonía del pasado. El ultimatum del que no quiere saber. La melancolía del río y el agua respirando vapor. La sensación de que hemos sido felices en medio de la nada, en medio de una ciudad desierta, iluminada con el destello de tus ojos y de mi corazón.

2 comentarios:

Miguel A. dijo...

Cuánto me alegra que escribas, que en realidad es lo tuyo. Por cierto, gracias por el seguimiento que sé que me haces.

Jesús Aragón dijo...

gracias por escribirme. claro que te sigo. ya te criticaré algún día.

besitos