Estoy perdido. Lo confieso. Hace días que le doy vueltas a varios asuntos. Necesito pensar y no puedo. Necesito llorar y no lo hago. Necesito gritar y no tengo voz.
De eso se trata, sin duda. Mi voz suena tan débil ultimamente que no puedo representar lo que sueño ni lo que siento.
Hace unos días retomé la vieja idea de terminar mi novela. Ahí sigue. Mi inspiración prefiere los flashes de este maldito rincón a modo de blog que la persistencia del trabajo minucioso de redactar cientos de páginas.
Debo confesaros que nunca tuve demasiada consistencia en estos menesteros. Actúo por impulsos, mi vida siempre se guió por impulsos. Y hace tiempo que he perdido esos impulsos.
Estoy perdido. Lo confieso. Ni la música, ni los balbuceos de los pequeños, ni la memoria de quien me quiso siempre y ya no está pueden calmarme. Tal vez lo mejor sea dejar pasar el tiempo y luchar por no volver a caer en aquel agujero oscuro en el que estuve hace tiempo.
Pero ese agujero está cerca de nuevo. Lo confieso. Demasiado cerca.
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