-Eres un sol que siempre aparece cuando las nubes están a punto de descargar-, le susurró Nadia al oído mientras terminaba de vestirse.
Manuel se emocionó. La miró de reojo y la abrazó. Él sabía que esas palabras estaban pronunciadas desde el cariño, pero en el mismo momento no supo que contestar, simplemente calló, pensó, sonrió levemente, y a los pocos segundos, tras recuperar el aliento, le pidió que no se alejara nunca de su lado. -Eres lo que me hace despertar cada día-, logró balcucear a duras penas.
Nadia y Manuel se abrazaron. -Prométeme que me querrás siempre-, le pidó ella.
Entonces él la apretó aún más fuerte contra su pecho, la rodeó con sus brazos, y la miró mientras le atusaba el pelo. -No puedo quererte más; te quiero tanto que a veces duele. Estaré ahí siempre, cariño-.
Nadia le devolvió la sonrisa y se durmió lentamente en sus brazos. Soñó con la placidez que da la felicidad.
Cuando despertó Manuel seguía a su lado.
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