Vivimos en un mundo convulso, donde nadie respeta a la mano que le da de comer y hasta Soraya muerde a Televisión Española.
Este mundo que nos ha tocado vivir ve a diario a niños desangrándose por sus entrañas mientras un futbolista gana cientos de euros al segundo con sólo frotarse las manos en un banco de una banda.
Pero las peores bandas son las de banqueros que compran BMW réplicas de tanques en miniatura, con un blindaje que les evita incluso tener que pasar la verguenza (¿acaso la tienen?) de mirar a los ojos a sus clientes, sí, a esos clientes que antes eran bienvenidos en las sucursales con sus pagarés calentitos y ahora son pobres padres de familia no admitidos por los comerciales y ahogados por sus miserias.
Este mundo que ahora maldigo en el que vivimos es en el que también vive Berlusconi, un mafioso moderno, que soborna abogados y sigue gastando litros de gomina espumosa mientras dirige los destinos de la peor Italia de los últimos años. Este mundo que maldigo es el de la salvación de Florentino, o el de la salvación de Obama, es el mundo de héroes venidos a menos, el mundo de operaciones malayas sin sitio, el de un menor de Córdoba que nadie reclama, el de la polémica por unos trajes de pago y la corruptela permanente en la que viven instaladas los políticos.
Si alguna vez pudiera volver a nacer no estoy seguro de querer hacerlo en medio de una muchedumbre como la que me rodea. Este mundo apesta, es insalubre, y todos nosotros tenemos un puntito de culpa.
Este mundo va y viene con la misma velocidad que lo hace la luz en el firmamento. Este mundo condena generales y libera presos, este mundo esconde cadáveres en el Guadalquivir, y este mundo hace a su misma vez que los presos se rebelan amenazantes por una vez, y sin que sirva de precedente, contra quienes cometieron aquel crimen.
Este mundo está maldito. Está maldito y apesta.
Pero es el mundo en el que nos ha tocado vivir.
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