Inútil. Mediocre. Culpable. Me gustaría volver. Recuperar el mundo, la vida, el instante en que nos conocimos y en el que nos prometimos volver.
Cada noche, un poco antes de acostarme, sueño con acariciar la felicidad, con despertar de madrugada, volverme y verte ahí dormida plácidamente.
Inútil. Adolescente. Como un estúpido soñaba con dejar de sentirme sólo, con aguantar por última vez los gritos, con pintar la silla de barrotes azules de madera, con invitarte a desayunar una mañana tras otra, con pedirte perdón.
Mediocre, como los títulos de quienes nunca ganan, como las páginas que a día de hoy escribo, como los sentimientos de amor y culpa entremezclados, como la mermelada de fresa que tengo en la nevera, como yo cuando duermo.
Culpable. Por pensar y no decirlo, por decirlo y pensarlo. Por ir a buscarte cada tarde cuando anochece deseando que lo que escribiste un día se hiciera realidad.
Inútil. Mediocre. Culpable.
Por leer cartas de amor a escondidas, por guardar los recortes del primer día que publicamos, por olvidar lo que ella me dijo una tarde, después de dejar mi bicicleta llena de barro en la terraza.
Por cantar sin voz, por andar sin pies, por correr para huir sin moverme de la habitación, por desear lo prohibido, por aguantar la inquina de quienes nos odian y pone caras de amigos.
Inútil como cuando empecé a trabajar y como ahora. Mediocre como siempre le dije a quien confió en mi que seríamos. Culpables por dejar escapar de estas líneas la última gota de sangre que nos quedaba.
Pasaron los años. Ni siquiera éramos conscientes. El mundo giraba demasiado deprisa. Mis ilusiones se convirtieron en frustración. El primer beso, la cuarta noche, el hotel despertando contigo, las madrugadas.
Inútil. Mediocre. Culpable. Como cuando te dije que era la última copa aquella noche, como cuando te desnudé primero con la mirada y luego con las manos, como cuando hicimos el amor pensando en otros. Como cuando me dijiste que no te esperara y yo me quedé esperando a que volvieras.
Aquellos barrotes azules de madera vuelven a mi mente más veces de lo que deberían. Quizá sea hora de olvidarlos y liberarnos así de su influencia mestiza, de los odios olvidades y las decepciones consentidas.
Inútil como los libros que nunca se leerán. Mediocre como el cinco. Culpable como el preso que confesó para eludir la cárcel y no se dio cuenta de que ya estaba en ella, de que su cárcel era su memoria, los días pasados.
Inútil. Mediocre. Culpable. Como las canciones gritadas en silencio. Como el azul celeste de mis paredes que nunca terminó de gustarte, como el último beso que me diste, como el abrazo que perdí por no ser paciente, como el último minuto antes de ahora...
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