Sus brazos se confunden. Ella tiene las piernas abiertas, él sigue encima, empujando con una mezcla exacta de violencia y ternura. Sus lenguas llevan un rato humedecidas con la saliva del otro, el sexo de él empieza a contraerse, ella reclina su cabeza y gime con displicencia, como si se conocieran desde hace años y su vida fuera la misma.
Tras el clímax Carmen se levanta. Hacia siglos que no tenia un orgasmo. Manuel está a su lado, recostado. Apenas se conocen pero el destino parece haberlos puesto de acuerdo en que deberian seguir juntos un rato mas.
Ella no quiere despertarlo. Lo mira una y otra vez. Recorre sus facciones, que no reconoce todavía porque las aprende con las yemas de sus dedos sólo desde hace unas horas.
Ella espera un minimo gesto de complicidad cuando él abra los ojos pero eso no ocurre. El sueño puede con Manuel, que lleva horas viajando y que por fin parece haber encontrado su calma. Carmen confia en no perderlo de vista cuando amanezca y se den cuenta de que sus agendas no coinciden. La ciudad desconocida que los alberga podría alejarlos igual que los unió. Ella terminará pronto sus estudios en el extranjero pero antes el destino le había reservado una sorpresa que ha acabado convirtiéndose en su única razón para seguir allí.
Carmen sabe que debe apuntar su numero de telefono en la agenda en la que guarda los contactos de la gente que le importa. En el avión no le dio tiempo. Cuando las ruedas del pájaro artificial tocaron la pista todo el mundo empezó a aplaudir y ella se sobresaltó. Manuel le anotó en una de las hojas de su cuaderno su nombre completo, dirección de su breve estancia vacacional en Londres y su movil.
No resulta facil conocer a un hombre que merezca la pensa, piensa de inmediato, aún mojada por el roce continuado de sus cuerpos. Y se recuesta de nuevo a su lado, atusándole el cabello muy despacio para no sobresaltarlo, tratando de saber porqué le gustó cuando lo vio, con una chaqueta verde militar y gorro de piel de oveja, imaginando cómo sería vivir con él pese a que le tuvo que prometer a su madre antes de matricularse en Oxford que no se enamoraría de un inglés.
Carmen recuerda ahora, justo unos segundos después de su primer orgasmo en muchos meses cómo Manuel le quito la ropa. Cómo se desvistio él mismo sin prisa pero sin cobardia. Cómo se dijeron cosas que nunca pensaron que pronunciarían. Cómo ambos necesitaban tanto el calor de sus respectivos sexos para mantenerse con vida en aquel infierno de lluvia y viento que era el aeropuerto. Y también luego durante la cena. Y un poco más tarde en el pub inglés donde quedaron para tomarse una copa que fueron varias a la luz ténue de la chimenea avivada por el camarero de pelo blanco. Y luego en la cama.
Apenas habian pasado dos horas desde que alguien les sirvió un plato de pasta fría con una salsa de tomate árida pero sabrosa. El restaurante de una amiga de Manuel habia surtido efecto. Era propiedad de una pareja española que emigró al Reino Unido huyendo del desempleo y la desazón de España y les ayudó a darse cuenta de que acabarían juntos aquella noche y quizás el resto de sus vidas.
Un par de postres ligeros, una segunda botella de vino más a añadir a la cuenta y su risa contagiosa bastaron. Carmen se despertó recordando el saludo del maitre a la entrada. No se reconocía. Ella no viajaba a Exeter desde hacía meses porque el trabajo que encontró fruto de sus estudios no le permitía grandes dispendios ni de tiempo ni de dinero.
Carmen recordó que a Manuel le gustaba mucho contemplar tras los cristales de colores del restaurante cómo llovia. Los dos acordaron pagar la cuenta a medias. No hizo falta discutir donde irian. Desde que la vio en el aeropuerto, unos minutos antes de embarcar, a Manuel le gustó mucho Carmen. Su pelo liso y moreno, sus labios grandes pero comedidos, su sonrisa pícara y sus manos de adolescente fueron todo lo que le dio tiempo a captar antes de que el reparto del pasaje del avión, y el azar, los sentara juntos.
Durante el vuelo ambos no pararon de charlar. Él le contó que hacía teatro, que en su ciudad natal estaba mal visto viajar sin conocer a quien se sienta en el asiento de al lado y que, si no le parecía mal, la invitaría a cenar cuando llegasen y se cambiaran de ropa cada uno en sus respectivos destinos.
Estaban sobrevolando el Atlántico. Inglaterra y su navidad de guirnaldas y ridículos gorros de lana les esperaba. Ambos viajaban para recordar viejos tiempos. Carmen acababa de finalizar sus estudios, se había doctorado en Química, y tenía una invitación expresa y obligada de unos compañeros de clase para pasar unos días con ellos en el viejo apartamento que ocuparon durante los exámenes finales un año antes. El objetivo, aislarse del mundo y de sus propias tentaciones de huir de aquel país que odiaban y amaban a partes iguales.
Manuel mientras tanto no terminaba de saber por qué viajaba. Su familia británica de acogida siempre le dio mucho cariño, pero él detestaba Londres. Había decidido hacer escala antes en Bristol para conocer al hijo recién nacido de un amigo actor que estudiaba arte dramático en la capital londinense, pero cuya familia se resistía aún a abandonar la campiña.
Allí, en ese avión desvencijado y estrecho repleto de turistas con doble nacionalidad, Carmen y Manuel se habían sentado separados tan sólo por un asiento. Fue él quien abrió la conversación. Ambos odiaban viajar sólos por diferentes razones, y no hizo falta mucha insistencia por su parte para obtener respuesta.
-¿Cómo te llamas?. Soy Manuel. Encantado.
-Hola. Yo me llamo Carmen. Da gusto hablar en español en un vuelo británico,- bromeó ella.
El hielo se había derretido. Asientos 24a y 24c. Tres horas por delante para combatir el aburrimiento de viajar en avión, que ni siquiera la última novela de Javier Marías que leía Carmen hubiera logrado eliminar. Ella devolvió la solapa del libro a su lugar original y lo apartó con la mano en un gesto que daba por sentado que le gustaba la compañía. Manuel se atusó el cabello, se colocó compulsivamente sus gafas y comenzó a contarle qué le había llevado a coger ese vuelo, sus historias de actor amateur de teatro, sus planes de vacaciones en Londres pasando antes por casa de su compañero de reparto durante años, a enseñarles fotos de su vida.
Apenas habían pasado unas horas juntos. El vuelo llegó al aeropuerto de Bristol sin problemas con el viento y las turbulencias de otras veces. Manuel había explicado a Carmen cada resquicio de su historia; ella había escuchado e interpelado, reído sin explicación porque no solía hacerlo de buenas a primeras con desconocidos. Todo marchaba. La noche prometía.
Viajar no tenía ya ningún sentido para ellos. Ambos se sentían atraídos por el otro y no lo disimulaban. Ella miraba de reojo el trasero de Manuel cuando él se despistaba para coger la chaqueta del asiento. Cuando Carmen se giró para poner en orden su pelo Manuel la escrutó con delicadeza, pensando en que su cuerpo era menudo pero bello, ágil y manejable en la cama quizás. Acaso era cuestión de horas pero ninguno de los dos lo hubiera asegurado. La conversación mutua les había llevado a su pasado, a su presente, pero no hablaron del futuro.
Carmen, unas horas después y dos pintas de cerveza de importación más tarde, ya no sabía con exactitud si estaba en Málaga o en Londres, si dormía con su amiga universitaria a la que tanto necesitaba cuando estaba en España, o si era Manuel quien se recostaba confortablemente a su lado, sudando levemente por lo elevado de la calefacción inglesa.
Colores ocre en la casa; nada de cortinas. Madera y papel en el suelo y las paredes.
La cama de acogida para ambos tenia grande almohadones pero ninguno de los dos quería perder un minuto. Ella comenzó a besar su cuello y Manuel le confesó entre bromas que nada más verla en la fila de embarque del aeropuerto había imaginado cómo sería tenerla desnuda frente a él.
Carmen rió, pensó lo mismo pero no lo dijo. Le gustaba hacer sufrir a su amante inesperado tocando distintas partes de su cuerpo mientras lo miraba fijamente y le susurraba que se estuviera quieto. Le dijo que su piel era suave pero tersa, que quería poseerlo, que hacía muchos días que tenía la necesidad de abrazar y sentirse amada.
Las manos gozosas de él sufrían en la espera. Su pantalón hacía compañía a la bufanda y el jersey de lana de Carmen en el suelo de madera de la casa, que crujía a sus pasos. Los dedos de Manuel recorrían las caderas de Carmen y el parecía conocerla desde siempre, intuía sus movimientos, anticipaba sus gemidos, acompañaba con la lentitud necesaria su placer, pese a haberla conocido hace apenas unas horas, y pese a que aún faltaban todavía unos segundos para estar dentro de ella...
Ambos jadeaban. En unos minutos serían dos víctimas más de la fina lluvia británica...
Ninguno de los dos se acordaba ya de que sólo un par de horas antes los dos eran sólo otros dos españoles cualquiera perdidos y borrachos por las calles de una ciudad ajena.
Apenas una madrugada antes Carmen salía de su casa natal de Málaga sin asegurar a su madre que volvería a España para Navidad.
Y Manuel se abotonaba la camisa frente al espejo del hall de su apartamento alquilado donde ensañaba para las funciones de los viernes pensando que, quizás, aquel viaje le daría sentido a su vida...
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