domingo, 10 de enero de 2010

MARÍA PIENSA




María piensa. Piensa demasiado. Pero al final se lo desabrocha.
Al otro lado de la noche, en medio de una madrugada yo espero que su sostén caiga, que sus pechos turgentes se liberen de la esclavitud de la soledad y la desidia matrimonial en que se han perdido.

María sabe. Sabe mucho. Pero no lo dice, ella tiene la teoría de que es mejor callarse y escuchar. Y lo hace muy bien. Yo diría que se toca tan bien como escucha.

María siente. Siente demasiado. Y eso le asusta, me confiesa que siente como hacía años que no sentía, y eso la conmueve, la hace replantearse porqués en su vida. Siente que pierde el tiempo, que el tiempo no lo siente. Siente ahora y siente mañana cuando recuerde que anoche sintió lo que hacía tiempo que no sentía.

María gime. Gime estrellada contra el sofá. Desnuda. Con su manta de cuadros a unos metros mirando. Gime contemplando con ojos esbeltos el objetivo de la cámara como si por aquella rendija del tiempo yo fuese a acariciar nuevamente su alma, como si en medio de la noche el sexo tuviera alas y el amor no dijese nada.

María goza. Orgasmo. Clímax. Placer desconocido, prohibido, creciente y menguante. Roto y abrochado. Reiterado, placer propio y extraño. Placer inmolado, querido, aturdido. Placer fugaz y repetido. Placer por el placer. Sus manos tocando su sexo, acariciando sus labios, sus pezones, su vulva.


María piensa. Sabe. Siente. Gime.
Y goza.

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