miércoles, 3 de marzo de 2010

BESARLA

El pantalón vaquero desgastado como si fuera una quinceañera la delata.
En la cola de la ventanilla del banco ella espera y desespera. Mueve nerviosa el dinero, contonea las monedas en el bolsillo, mira a uno y otro lado buscando la aprobación de cualquiera.

Sigue como si no hubiera pasado casi una década. Silvia Jato envejece, pero ella se conserva en formol, las arrugas no pueblan su rostro como si el pacto con el diablo se hubiera cumplido.

De repente mi mirada es sorprendida por sus ojos. Azules, casi verdes, ocres de noche y tristes por naturaleza.

Ella me mira. Deambula levemente en medio metro cuadrado, oscila el cabello hacia uno de los lados y devuelve la sonrisa al cajero que reclama su atención porque le ha llegado el turno para ingresar el dinero.

Han pasado casi diez años. Cuando mira tiene la misma mirada, cuando camina anda igual que cuando paseaba, cuando sonríe sigue sin saber fingir que es felíz y deja entrever que no ha tenido fuerzas suficientes para pararse y saber de mí algo más que lo ha que podido adivinar en la cola del banco mientras esperábamos.

El pantalón vaquero desgastado parece el mismo. Sus caderas no han crecido. Sus hombros siguen caídos, su semblante entona la ternura y su perfume sigue en mi retina como aquel oasis de madrugada que nunca acababa.
Las piernas ligeramente ladeadas, el pelo suelto, la sonrisa pícara, el invierno lento y la vida forzada.

Diez años no son nada.
Reconozco que me hubiera gustado besarla.

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