miércoles, 3 de marzo de 2010

DE QUÉ SIRVEN...


De qué sirven los mensajes inconexos, las portadas sensacionalistas, los reportajes quatreros, las entrevistas al novio de la víctima por adelantado, las llamadas ocultas, el ahora sí y luego quien sabe, de qué sirven las exclusivas.

De qué sirven los médicos sin bata de cola, la esperanza púrpura de las películas, el león maullando, el pájaro cantando, el músico ciego tocando, de qué sirve la lectura.

De qué sirven las puestas de sol, de qué los hielos en los vasos de ginebra vacíos, de qué sirve el calor de mis manos, de qué el sexo consentido, el orgullo en los hombres buenos, de qué sirven las carpetas amarillas, los coches verde lechuga, los inviernos en Lisboa.


De qué sirven estas palabras si tú ya no estás para leerlas, de qué sirven las canciones si nadie ya las canta, de qué los recortes de periódicos melancólicos que nos recuerdan que fuimos víctimas antes que verdugos, de qué sirven las consultas de médicos blanquecinas, de qué los olores a añejo, el vino de las bodegas vacías, de qué sirve el ginseng, de qué la orina en los árboles, el bel canto, de qué las canciones de mi antiguo equipo de música.

Y de qué sirven los perdones, de qué los rencores, de qué los espíritus.



De qué sirven las partidas de dominó en medio de una playa desierta, de qué el sueño de los justos, la muerte sin heridas, el lupanar de relax casi vacío.

De qué sirve tu mirada cuando ya no puedo verla, de qué sirve el frasco vacío de tu perfume cuando ya no puedo olerlo, de qué el recuerdo imborrable de cuando frecuentábamos los jardines del deseo, de qué sirven esos mismos jardines si ya no estás aquí, justo a mi lado, tendiéndome la mano y pidiéndome que no me vaya nunca de tu lado...

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