
El tiempo pasa, pero no igual para todos.
La chica de la cruz roja en el pecho es ajena a la cabalgata. Su mirada, sus oídos y sus ojos escrutan cada rincón del desfile, cada sonrisa de niño, cada caramelo lanzado por las damas.
La chica de la cruz roja en el pecho vigila, ojo avizor, que nada disturbe nuestra calma, mientras el objetivo de la cámara se cierra y se abre un millón de veces por segundo.
El tiempo pasa, pero no igual para todos.
La chica de la cruz roja camina erguida, serena, firme, consciente.
La multitud jalea, grita, exclama con sus caras.
Ella no se inmuta. Acelera el paso al ritmo de la música, aún le quedan cinco horas por delante, y no nos ve, ni a ti ni a mi, ni a los niños, ni a los padres de esos niños, ni a los caramelos que sobrevuelan nuestras cabezas. Ella no nos ve.
El tiempo pasa y nuestra memoria almacenas imágenes de nuestra retina. A fuego. Altivas. Imborrables. Mágicas.
La chica de la cruz roja en aquella cabalgata es una de ellas.
Si tú tampoco la olvidaste y buscas un poco, sabrás cuál es la otra...
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