jueves, 16 de septiembre de 2010

DO NOT DISTURB (II)



Pagar por follar

La pareja se acerca sigilosa y espera, dentro del coche y con las luces apagadas, a que una de las chicas salga para darles el ok.
Un cliente se marcha por la misma puerta que ellos entrarán, y deben esperar. El joven sale primero y pregunta si el camino está despejado. Un leve movimiento de cabeza confirma la respuesta afirmativa. Entonces la chica se baja del automóvil y lanza su primera duda, ¿es aquí donde deberé trabajar?

Apenas unos minutos bastan para que la madame les explique cómo funciona. Horario de 12 horas continuadas. Una semana libre al mes. De lo pactado con el cliente, un 30% para la casa, el resto se paga diariamente. El novio da su visto bueno. La crisis aprieta y aunque ella apenas tiene experiencia en la barra de un bar de streptease y se muestra inquieta, parece dispuesta. No hace falta hablarlo más.

En media hora el trato está cerrado. -Vente mañana, cómprate ropa nueva-, le dice su nueva jefa.
El negocio del sexo avanza, crece, se moldea en medio de la oscuridad de la noche, entre matorrales y viviendas desperdigadas de una ciudad cualquiera.

Mientras, fuera de la casa los faros y el motor de otro coche se apagan. Dos chicos jóvenes, con varias cervezas de más, llaman hasta tres veces al timbre de la puerta. Quieren pagar por follar.

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