martes, 21 de septiembre de 2010

MANUELA






Manuela sostiene el vaso en su coqueta cocina, con el gas encendido, el grifo abierto, la sonrisa puesta.
Ha llegado su nieto, acompañado, y tras dos semanas de inopia se concede una tregua para ser felíz unos minutos. -¿Cómo estás?, ven aquí, dame un beso y siéntate-.

Tratando de agradar con la desgana fingida que dan los años, la anciana trata de leer el logotipo de mi mallot a duras penas mientras me ofrece un bombón y me acaricia la cara pensando que tal vez sea la última vez que me vea.

A mediodía no me recordaba. Han pasado apenas unos minutos desde entonces y su mente lúcida a ratos decide concederle el único placer que ha tenido en semanas.

Manuela sostiene el vaso de agua en su coqueta cocina, hace ademán de apagar el gas como hacía cada noche cuando vivía conmigo, hace ya muchos años, con esfuerzo sostenido, coraje y una pizca de mala leche.

Entonces yo casi siempre llegaba pasada la medianoche y el gas seguía encendido, el grifo goteaba porque ella lo había dejado correr durante varias horas sin control, olvidando la mecanización de movimientos que para nosotros era tan fácil, tan débil, tan rutinaria.

Diez minutos después de llegar, el joven y la anciana se despiden. Manuela se resiste a mostrar su lado tierno, no quiere que yo la vea triste, y me dice adiós creo que presintiendo que en unos días morirá agarrada a mi mano.

El joven, con un sentimiento extraño, se marcha hasta la semana que viene con un leve gesto de cariño.

Salí de aquella habitación y ya era tarde.
Todavía hoy me arrepiento de haberme ido.

http://www.elmundo.es/elmundo/2010/09/21/madrid/1285084699.html?a=551447d1ce64a05ac4b40c37b0d11f94&t=1285086407&numero==

No hay comentarios: