lunes, 3 de enero de 2011

AQUEL CONDÓN

Aquel condón era mío. Lo reconozco. Mío y de nadie más. Muchos nos preguntaron y siempre lo negamos. Lo siento. Fue fruto de la pasión, de las ganas de fiesta, del alcohol.

La casa era prestada. La habitación era prestada. La ropa era prestada. Lo único que era mío era el condón.

No debieron pasar muchas horas, la casa donde celebrábamos la Navidad ya estaba caliente con la chimenea y el humo. Aquella noche nos juntamos, reímos, lloramos, amamos.

Ahora parece como si no hubiera ocurrido, pero el tiempo no olvida.

Aquel condón era mío. Era mío poco antes de que te quitaras las medias negras, un instante antes de que jugaras con mi lengua, de que agitaras por última vez tu vaso con licor e hielo, un segundo antes de que me dijeras que me querías.
Aquel condón era mío. Fui yo quien lo saqué de mi chaqueta impoluta. Fui yo quien te lo ofrecí, fui yo quien sonreí cuando lo miraste como intentando traducir lo que ponía en el envoltorio. Fui yo quien lo desenrollé, fui yo quien lo utilizó, fui yo quien lo olvidó.

Aquel condón era mío. Era mío y fue tuyo.
Fue tuyo y fue mío durante unos minutos, fue tuyo y fue mío mientras mis manos recorrían tus mofletes, mientras tus pies jugueteaban con el cabecero de la cama, abierta como tanto te gustaba.
Aquel condón fue tuyo y fue mío mientras enganchábamos nuestras lenguas en una espiral de saliva. Mientas odiábamos la música de Nek que venía de fuera, mientras nos jurábamos amor eterno, mientras gemías y yo sudaba, mientras volvíamos a ser nosotros mismos y alguien abría la puerta para dejar un abrigo y nos sorprendía amándonos.

Aquel condón era mío. Era mío y fue de los dos hasta que lo encontraron a la mañana siguiente tirado en el suelo de la habitación los padres de la dueña de aquella casa, de alquella habitación, de toda aquella ropa.

Ellos preguntaron. Se asustaron. Gritaron. 
Pero aquel condón ya no era mío.
Ni ya tampoco era tuyo.

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