Pocos, quizá ninguno. Esos son los amigos que he logrado hacer en casi siete años de profesion periodística en Chiclana. A medida que voy tecleando estas líneas me estoy arrepintiendo porque quizá me traiga consecuencias a medio o largo plazo. Me da igual. Estoy harto de fingir, harto de ser comedido, de tragarme las palabras que me gustaría decir a quien se las merece.
En casi siete años los que han pasado por mi lado , tanto en otros medios como en los míos propios, no han sido como yo esperaba. Apenas guardo buen recuerdo de algunos. Y algunas, que está de moda decirlo.
He trabajado con gente que ya conocía de antes (los menos), y también he trabajado con neófitos, con expertos, con gente de ideología y con gente sin escrúpulos. En todo este tiempo me dado cuenta de que si hay alguna profesión sin corporativismo es ésta, la de periodista.
Quizá sea el momento de hacer un esfuerzo. Quizá sea el momento de pararme a pensar si merece la pena trabajar en un mundo en el que no puedes confiar en nadie. Policías, médicos y periodistas siempre son policías, medicos y periodistas; lo son a cualquier hora, lo son en cualquier momento del día, nunca se cansan, nunca bajan la guardia, siempre están dispuestos a que alguien, en medio del mercado o del partido de padel, les haga la pregunta de rigor o les intente explicar lo que les ha sucedido en su bloque de pisos.
Pero volviendo a la crítica a mis "compañeros", sí, entre comillas. Los ha habido buenos y buenas, malos y malas, los habido críticos, ácidos, endebles, envidiosos, amargados y felices, los ha habido rencorosos los ha habido invitados a mi boda y claro, también los ha habido"güena gente".
De algunos he aprendido, bueno no, he aprendido de la mayoría, porque la mayoría me ha enseñado lo que no se debe hacer, lo poco que cuesta trepar, lo mucho que se habla de más en la profesión, de la mayoría he aprendido que donde dije diego ahora digo digo o al revés.
En fin. Seguiré en este mundo hasta que el destino (cruel, como siempre), me mantenga aquí. Nunca me sentí periodista, quizá nunca lo fuí de vocación. Pero a día de hoy este es mi trabajo y debo mantenerlo hasta que surja una oportunidad mejor. Ah, y no me importa reconocer que soy un intruso, si es que intruso puede considerárseme dentro de este mundillo tan heterogeneo.
Espero que tú, que estás ahí esta noche (son las 22,48 horas), sepas entenderme. Espero que tú, estimado lector (el masculino es genérico gramaticalmente, ya está bien de pamplinas feministas) sigas leyéndome como si fuera el primer día, como si fuera aquella primera columna que publiqué, como si volviera a pulir aquel primer titular que imaginé, con la misma ilusión, con los mismos ojos, con la misma sensación de vulnerabilidad y de eternidad que tenia de adolescente cuando cogía una cuartilla en blanco y me ponía a escribir...
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