viernes, 21 de noviembre de 2008

DE BUENA FAMILIA

Aquí en Chiclana, como en todo pueblo que se precie, ser de una familia o de otra es fundamental. Padres, lo que se dice padres, he tenido y tengo, afortunadamente, aunque quizá debería arrepentirme de haber nacido en una familia humilde en lugar de en una cuna de linaje.
Mis apellidos son, como todos sabeis, Aragón Lobón. Nada que objetar. Son apellidos de casta, de tradición, muy conocidos en estas tierras, e incluso por ahí pulula algún primo lejano mío que hizo carrera con Colón.
Pero a la hora de la verdad, en pleno siglo XXI, no haber tenido unos padres poderosos ni influyentes, no haber tenido una familia incrustada en la más rancia tradición de siglos en la ciudad puede perjudicarme.
Si usted (mejor, tú, que estamos entre amigos), has nacido en una familia de esas no te sientas ofendido. Si no lo has hecho, mejor no sigas leyendo.
Al hilo de las últimas críticas políticas me ha venido a la imaginación qué pasaría si yo hubiese sido hijastro de Ernesto Marín, o de José María Román (pongo ejemplos políticos, pero podría poner muchos).
Las familias son estirpes , aunque no todas. Algunas , mas cortas que otras, algunas (las menos , supongo), no dan derecho a sentirse parte de un linaje, no otorgan privilegios a la hora de acceder a cualquier puesto, a la hora de estudiar, y cómo no, tampoco aportan beneficios más allá del esfuerzo y el tesón indivual.
Ahora bien, y como no todo es malo en esta vida, no pertenecer a un abolengo sagrado de Chiclana tiene sus ventajas. Estoy libre de consideraciones morales y familiares. Soy quien soy por mis méritos, mis andanzas y mis errores. Nadie puede achacarme jamás que me colocaron a dedo, que mis mayores logros han sido llegar a ministro porque no sé a quién arropé de niño o por que mi padre pertenezca a la familias de unas u otras siglas.

Yo, como tantos otros chiclaneros, tengo familia. Pero una familia normal, sin ascendencia de dioses, artistas o reyes. Mis abuelos eran humildes, gente trabajadora por ambas partes, unos mejores y otros peores, pero gente sencilla y honrada al fin y al cabo. Y eso ha hecho que yo para poder trabajar haya tenido que estudiar, que yo para poder comer haya tenido que enviar cientos de curriculums, que yo, para poder independizarme, haya tenido que comprarme una casa sin que nadie me haya legado un terrenito (en vida o tras morir, da igual), para edificar.

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