domingo, 18 de enero de 2009

LA VENDEDORA DE OJOS VERDES

Hace un par de mañanas, tres a lo sumo, que la veo cada día puntual en el mismo sitio, una calle sin nombre pero con alma, manejando con soltura su puesto de ilusiones improvisado pero constante.

Hace un par de mañanas que ella me mira al pasar, que intenta verme sin conseguirlo, y que me deja ver el color verde mar profundo que tienen sus ojos ciegos.

Detrás de un cuerpo pequeñito, casi diminuto y bajo un gorro negro que la proteje del frío del invierno y la humedad del sur, esta vendedora de cupones continúa con su felíz rutina, con su educado avallasar a los posibles clientes. "Buenos días, ¿quiere usted probar fortuna con un cupón?", le dice a los transeúntes que, tan poco acostumbrados a la educación, le devuelven una sonrisa y en el mejor de los casos se paran a comprarle un numerito de cinco cifras que siempre deben terminar en ocho.

Esta vendedora de ojos verdes me deja entrever en su mirada traslúcida la ilusión, la fantasía y la emoción de un niño. A sus cuarenta largos y tras un nombre que aún desconozco creo que esa mirada encierra un paraíso inexpugnable para la frustración que padecen quienes pasan con prisas por su lado.

Esos ojos profundos, color verde mar profundo, me gustan.
Hace un par de mañanas, tres a lo sumo, que son un motivo más para levantarme.
Me da igual que nunca vaya a tocarme el premio.
Ella, su dulzura, la pasión y el cariño que pone en lo que hace consiguen que yo me sienta verdaderamente afortunado.

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